(Humilde y sencillo estudio de las evidencias de la salvación)
En la “Parábola del
Sembrador” del Evangelio de Mateo (Léase Mateo 13:3-9), el SEÑOR Jesucristo
ilustró diversos tipos de siembras para identificar quiénes eran salvos y
quienes no lo eran. La Palabra de Dios -en este caso, el Evangelio del Reino (Léase
Marcos 4:14; Lucas 8:11)- era la que había de sembrarse y de entre estas cuatro;
sólo una dio fruto. Veamos:
-Los
que son guiados por los deseos de Satanás (Léase Mateo 13:19).
-Los
que no soportan las tribulaciones, pruebas y persecuciones a causa de la
Palabra (Léase Mateo 13:20-21).
-Los
que aman las riquezas y las cosas del mundo (Léase Mateo 13:22).
-Los
que dan fruto (Léase Mateo13:23).
En el caso de las primeras 3 “siembras”,
demostraron que nunca fueron salvos ni nacidos de nuevo. De hecho, nunca dieron
evidencias de tener fruto alguno. Y en el caso de la última “siembra”, al cual
daré especial atención, Jesús dice:
“Mas el que fue
sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto;
y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (Mateo 13:23).
¿Qué significa ésta expresión? Lucas el Evangelista
nos da la respuesta:
“Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con
corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia”
(Lucas 8:15).
Ahora bien ¿Cuál es el fruto al que se refiere el
SEÑOR Jesús? Los que oyeron, entendieron y retienen la Palabra de Dios muestran
la evidencia del Fruto del Espíritu Santo:
“Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo,
paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales
cosas no hay ley” (Gálatas5:22-23).
Por obviedad y en primera instancia, en el
creyente genuino debe morar el Espíritu Santo. Dar fruto con perseverancia, es
el resultado y evidencia de que ha creído realmente el evangelio y se ha
arrepentido de sus pecados.
“Diciendo:
El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se
ha acercado; arrepentíos, y creed
en el evangelio” (Marcos 1:15).
Entonces, deducimos: ¿Cómo podemos saber quién es
salvo? Lo sabemos cuándo se desarrolla en el creyente verdadero el fruto del
Espíritu Santo con perseverancia, sin ser producto del emocionalismo, a pesar de
las tribulaciones, las pruebas y los ataques satánicos; y cuando ha abandonado
su antigua manera de vivir y las cosas del mundo. El fruto del Espíritu es un
fuerte contraste a las evidencias del no nacido de nuevo que profesó ser salvo.
Este desarrollo y crecimiento es una obra exclusiva de Dios:
“Yo
planté, Apolos
regó; pero
el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que
riega, sino Dios, que da el crecimiento” (1 Corintios 3:6-7).
Entonces, el fruto es un desarrollo que Dios opera
en nosotros:
“Porque Dios es el que en vosotros produce así el
querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).
Sólo con el tiempo y las pruebas podemos
identificar si tal persona que ha confesado a Cristo como SEÑOR y Salvador será
realmente nacido de nuevo. El apóstol Pedro lo confirma:
“Sed sobrios, y
velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor
buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los
mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Mas
el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después
que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme,
fortalezca y establezca” (1 Pedro 5:8-10).
El apóstol lo entendió muy bien cuando escuchó
esta parábola: A pesar de las acechanzas del diablo, las dudas, las aflicciones
y las tentaciones, Dios seguirá concediendo su gracia, crecimiento, firmeza,
fortaleza y dominio propio.
Y por último, no sólo nos damos cuenta si los
demás dan fruto de ser genuinamente salvos o no, sino que también debemos
examinarnos a nosotros mismos si realmente somos de la fen en Cristo... ¡Es bíblico!:
“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a
vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en
vosotros, a menos que estéis reprobados? (2 Corintios 13:5).
¡A Dios sea la Gloria!