noviembre 30, 2012

ENTONCES... ¿QUIÉN ES SALVO?


(Humilde y sencillo estudio de las evidencias de la salvación)

En la “Parábola del Sembrador” del Evangelio de Mateo (Léase Mateo 13:3-9), el SEÑOR Jesucristo ilustró diversos tipos de siembras para identificar quiénes eran salvos y quienes no lo eran. La Palabra de Dios -en este caso, el Evangelio del Reino (Léase Marcos 4:14; Lucas 8:11)- era la que había de sembrarse y de entre estas cuatro; sólo una dio fruto. Veamos:

-Los que son guiados por los deseos de Satanás (Léase Mateo 13:19).
-Los que no soportan las tribulaciones, pruebas y persecuciones a causa de la Palabra (Léase Mateo 13:20-21).
-Los que aman las riquezas y las cosas del mundo (Léase Mateo 13:22).
-Los que dan fruto (Léase Mateo13:23).

En el caso de las primeras 3 “siembras”, demostraron que nunca fueron salvos ni nacidos de nuevo. De hecho, nunca dieron evidencias de tener fruto alguno. Y en el caso de la última “siembra”, al cual daré especial atención, Jesús dice:

“Mas el que fue sembrado en buena tierra, éste es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno” (Mateo 13:23).

¿Qué significa ésta expresión? Lucas el Evangelista nos da la respuesta:

“Mas la que cayó en buena tierra, éstos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia” (Lucas 8:15).

Ahora bien ¿Cuál es el fruto al que se refiere el SEÑOR Jesús? Los que oyeron, entendieron y retienen la Palabra de Dios muestran la evidencia del Fruto del Espíritu Santo:

Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas5:22-23).

Por obviedad y en primera instancia, en el creyente genuino debe morar el Espíritu Santo. Dar fruto con perseverancia, es el resultado y evidencia de que ha creído realmente el evangelio y se ha arrepentido de sus pecados.

Diciendo: El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).

Entonces, deducimos: ¿Cómo podemos saber quién es salvo? Lo sabemos cuándo se desarrolla en el creyente verdadero el fruto del Espíritu Santo con perseverancia, sin ser producto del emocionalismo, a pesar de las tribulaciones, las pruebas y los ataques satánicos; y cuando ha abandonado su antigua manera de vivir y las cosas del mundo. El fruto del Espíritu es un fuerte contraste a las evidencias del no nacido de nuevo que profesó ser salvo. Este desarrollo y crecimiento es una obra exclusiva de Dios:

“Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios. Así que ni el que planta es algo, ni el que riega, sino Dios, que da el crecimiento” (1 Corintios 3:6-7).

Entonces, el fruto es un desarrollo que Dios opera en nosotros:

 “Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (Filipenses 2:13).

Sólo con el tiempo y las pruebas podemos identificar si tal persona que ha confesado a Cristo como SEÑOR y Salvador será realmente nacido de nuevo. El apóstol Pedro lo confirma:

“Sed sobrios, y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe, sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo. Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca” (1 Pedro 5:8-10).

El apóstol lo entendió muy bien cuando escuchó esta parábola: A pesar de las acechanzas del diablo, las dudas, las aflicciones y las tentaciones, Dios seguirá concediendo su gracia, crecimiento, firmeza, fortaleza y dominio propio.

Y por último, no sólo nos damos cuenta si los demás dan fruto de ser genuinamente salvos o no, sino que también debemos examinarnos a nosotros mismos si realmente somos de la fen en Cristo... ¡Es bíblico!:

“Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados? (2 Corintios 13:5).

¡A Dios sea la Gloria!