La Epístola de Judas, el hermano del SEÑOR, es mejor conocida como
“Los Hechos de los Apóstatas”, por la larga lista de obras perversas que este
tipo de personas practican. Hay un versículo me llamó poderosamente la
atención:
“Estos son los que
causan divisiones; los sensuales, que no tienen al Espíritu” (Judas 19).
El Espíritu Santo no mora en estos apóstatas. Si no mora en ellos
¿Qué significa? La Biblia es muy clara:
“Mas vosotros no vivís según la
carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros.
Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él” (Romanos 8:9).
Enfatizo: El que no tiene el Espíritu de Cristo, no es de Él. No
dice que perdieron el Espíritu Santo (y de paso de que perdieron la salvación),
sino que nunca han tenido al Espíritu Santo morando en ellos.
Ahora, Judas realizó una serie de señas respecto de cómo
identificar un falso creyente o apóstata, y una de las señas principales es que
no buscan vivir en santidad; sino que son impíos y libertinos (Léase Judas 4). Recordemos
que la voluntad de Dios es la santificación del creyente:
“Pues la voluntad de Dios es vuestra
santificación (…) Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino a
santificación” (1 Tesalonicenses 4:3a y 7).
El verdadero creyente es sellado con el Espíritu Santo:
“En él también vosotros, habiendo
oído la palabra de verdad, el evangelio de vuestra salvación, y habiendo creído
en él, fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la promesa” (Efesios 1:13).
Y es un sello que nadie puede romper. Un hijo de Dios, nacido de
nuevo, no puede hacer las cosas que menciona Judas en su lista de identificación
de obras malas. Si la vida de uno que se dice ser creyente no ha cambiado en
nada de su anterior manera de vivir y practica el pecado, es que nunca fue de
Cristo ni tampoco es nacido de nuevo. El Espíritu Santo es quien santifica al
creyente:
“Pero nosotros debemos dar siempre gracias
a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya
escogido desde el principio para salvación, mediante la santificación por el
Espíritu y la fe en la verdad” (2 Tesalonicenses 2:13).
Al contrario de los apóstatas infiltrados en las iglesias locales,
los verdaderos hijos de Dios están destinados a que fuesen santos y sin mancha
delante de Dios:
“Según nos escogió en él antes de la
fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él” (Efesios
1:4).
A tono con el apóstol Pablo, Judas confirma la misma convicción:
“Y a aquel que es
poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su
gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y
majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén” (Judas 24 y
25).
Y de acuerdo con el
apóstol Juan:
“Sabemos que todo aquel que ha nacido
de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le
guarda, y el maligno no le toca” (1 Juan 5:18).
Por tanto un apóstata NO TIENE EL SELLO DEL ESPÍRITU SANTO NI
TAMPOCO FUE SALVO. ¿Cómo puede ser salvo si nunca tuvo al Espíritu Santo?... La
santidad debe ser una evidencia del genuino hijo de Dios, ejercitándose cada
día en ella; es una gracia de Dios operando en el creyente:
“Estando persuadido de
esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el
día de Jesucristo” (Filipenses 1:6).
¡A Dios sea la Gloria y la Honra!