Un
cristiano no puede ser poseído por espíritus inmundos porque, como hemos visto,
Dios santifica todo el ser del creyente:
1
Tesalonicenses 5:23 “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo;
y todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado
irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo” (Subrayado
añadido).
Vale la
pena rememorar que el creyente ya es propiedad de Cristo Jesús.
Algunos
enseñan que la posesión se da en algunos de las tres partes del ser humano: el
cuerpo, el alma o en el espíritu. Examinemos:
En el espíritu.- No hay indicación en la Biblia de que un espíritu posea a otro
espíritu.
El alma.- Los
espíritus inmundos sí actúan en el control del cerebro y la mente de un
inconverso, como en los casos de posesión demoniaca ya presentados en el
capítulo anterior. Pero un nacido de nuevo, que ha abandonado su antigua manera
de vivir, que ha sido comprado por la sangre de Cristo, justificado, está
siendo santificado por el Espíritu Santo y siendo guiado por Él; de ninguna
manera puede ser controlado o poseído por un espíritu inmundo. La evidencia bíblica
demuestra que el cristiano puede ser tentado exteriormente. Si continúa con
manifestaciones demoniacas o con prácticas habituales de pecado, es evidencia
de que no ha nacido de nuevo ni que haya sido convertido a Cristo.
Gálatas
4:6 “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de
su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!”.
El cuerpo.- El cuerpo
de un creyente tampoco puede ser habitado por un demonio o grupo de demonios,
porque ya es templo de Dios:
1
Corintios 3:16-17 “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el
Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios,
Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo
es” (Subrayado añadido).
¿Acaso un
espíritu inmundo osaría destruir algo que ya Dios hizo su morada? No, porque
los espíritus inmundos no son más poderosos que el Espíritu Santo que mora en
nosotros.
2
Corintios 6:14-16 “No os unáis en yugo desigual con los incrédulos;
porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué
comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial?
¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el
templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios
viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré entre ellos, y seré su
Dios, y ellos serán mi pueblo” (Subrayado añadido).
Es muy
evidente que la referencia alude a que nosotros somos el templo de Dios,
hablando de todo el ser, no sólo de la iglesia misma; pues Dios también hace su
morada en nosotros. Si Dios mora en nosotros, no hay entonces comunión con las
tinieblas. Él no puede contradecirse a Sí mismo.
Por
tanto, ningún demonio puede habitar en las tres partes de ser del creyente.
1 Corintios
12:3 “Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios
llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu
Santo”.