Mateo
6:5 “Y cuando ores, no seas como los hipócritas; porque ellos aman el orar en
pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos de los
hombres; de cierto os digo que ya tienen su recompensa”.
Explicación
para aplicación práctica: La búsqueda de la admiración de todos, sea para ser
idolatrados, o para ser conocidos, o para causar una "buena
impresión", es una tendencia muy enraizada en 1) el egocentrismo y 2) el
orgullo satánico.
Cuando
la búsqueda de la admiración es finalmente correspondida por aquellos que
queremos que vuelvan su atención y sus ojos en nosotros; entonces ha conseguido
su sola e incipiente recompensa: No hay más allá que los halagos, las
felicitaciones, si acaso una expresión de alabanza por ser grandemente usado
por Dios por ser un hombre de oración. En síntesis: Su propia gloria es su
recompensa. Puesto que la hipocresía no radica solo en ser una persona de
doblez con los hombres; sino también con Dios (como en el caso de Ananías y
Safira, que no solo han mentido a los hombres, sino también a Dios, aunque a Él
nadie lo engaña). Pues en vez de orientar su corazón en la riqueza
sobrecogedora de la comunión en el Espíritu, más bien quiere ser ladrón de la
Gloria que le corresponde a Su Creador.
A
lo cual reflexionamos lo siguiente: ¿Y la humildad que tiene el sello distintivo
de Jesucristo? ¿La vanagloria humana está por encima de la Gloria inescrutable
del Padre? ¿El mérito propio es suficiente (y pobre) riqueza, más que las guía
del Santo Espíritu que anhela llevarnos a glorificar al Padre y al Hijo? Para
evitar esto y dar lugar, Jesús nos enseña benignamente, con el poder de la
gracia de Dios, cómo evitar ser ladrón de Su Gloria:
Mateo
6:6 “Mas tú, cuando ores, entra en tu aposento, y cerrada la puerta, ora a tu
Padre que está en secreto; y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará en
público”.
Permanecer
aislados en nuestro propio aposento, con la puerta cerrada, y en secreto, nos
enseña dos cosas básicas: 1) Evita la vanagloria y la búsqueda de la
admiración, no hallándonos limitados por ella y 2) Nos centramos cada vez en el
Padre al que adoramos.
¿Qué recompensa
tendríamos? Muy sencillo: Darle todo honor, toda honra, y toda gloria, al ÚNICO
SEÑOR, eterno y soberano Dios, por el siglo de los siglos. ¿Qué más recompensa
queremos?...